Starlink en tiempos del COVID
No deja de resultar curioso cómo podemos estar rodeados y no darnos cuenta. El cielo sobre nuestras cabezas a veces es gris y en ocasiones -valga la redundancia- celeste intensísimo. Quizás cuando te asomes sea naranja intenso; entonces nunca pasa desapercibido. Qué decir de la explosión rojiza cuando tiene uno la suerte de que, en un lapso escaso de 6 o 7 minutos, esté justo en el punto adecuado durante el atardecer para que haya nubes en el horizonte específicamente donde el Sol va a morir.
Sin embargo uno de los momentos más bellos es ignorado sistemáticamente, día tras día. Nuestros antepasados valoraban como el que más el momento en el que el cielo es de un azul profundo, de oscuridad tan intensa que rivaliza con el carbón.
La ausencia de coches y la suerte de las abundantes lluvias, que mientras están suponen un estorbo -según para quién y para qué-, pero cuando marchan llevan consigo el polvo atmosférico, se ha juntado al estado de alarma que nos ha obligado a estar en casa más tiempo. Es más, casi todo el tiempo.
Esto ha llevado a que la gente esté más en familia, haya realizado actividades culinarias inusuales, haya hecho el amago de valorar al personal sanitario -algunos de manera muy sincera; otros, bueno… -, pero también haya recordado un atisbo de lo que nuestros antepasados valoraban como los que más.
El cielo nocturno está plagado de contrastes, ya sean suaves como la Vía Láctea o las Nubes de Magallanes -afortunados los del Muy al Sur-, ya sean intensos como Orion en su momento o el ominopresente Lucero del Alba. De este último en algunos casos estamos tan desconectados, pese a que brilla sobre nuestras cabezas desde antes de nuestro nacimiento, que ha sido confundido con objetos voladores no identificados.
En otros ocasos hay quien ha visto cosas extrañas en el cielo… pues oye, genial. A saber qué son: montajes, OVNIs reales… lo importante es que ha habido gente mirando al cielo con verdadero interés y curiosidad.
Ha sido una ocasión preciosa para mirar hacia arriba y maravillarse con el infinito, y fijarse en una trama fija con sus pequeños cambios noche a noche. Una Luna variable, un Betelgeuse de intensidad mínima, un Venus centelleante -como toca como planeta “cercano” que es-, los satélites de Starlink surcando la atmósfera alta a toda velocidad y en rigurosa fila india. Las constelaciones que nos cuidan en el frío invierno van dando paso a las aves que nos vigilan durante todo el verano, formando un triángulo hermoso que avecina San Juan y las noches en la playa con los amigos.
Al asomarnos por la ventana cada día deseamos que pase el tiempo y volvamos a estar juntos, cuando en realidad las estrellas en el cielo nos mantienen siempre cerca al uno del otro.
Mirar hacia arriba es mirarnos a los ojos.
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