Paz mental
Es domingo, pero no uno de esos que se saborean casi de una forma amarga, porque mañana sigue siendo festivo. Estoy en una isla en pleno Atlántico, a caballo entre los alisios y el calor del Sáhara. El ventilador alivia un poco la temperatura, porque aunque hay brisa marina donde vivo todavía no refresca del todo.
Acabo de bajar del monte, de compartir un rato de tranquilidad en el pinar con mi compañera de vida. Me queda lo más cerca que lo ha hecho jamás, y en 15 minutos el desnivel es impresionante. Ahora, en contraste con las alturas, se escucha fuerte el oleaje. Es un rumor de fondo que no he dejado de oír desde que decidí cambiar mi vida en la meseta y volver al sur, pasando por lo alto de Cádiz y aterrizando un poco más allá, en la latitud más baja en la que he vivido nunca. Y qué decisión.
A veces necesitamos dar un paso adelante y probar. No hay que tener miedo al cambio. Miles de vivencias que no pensaste jamás que disfrutarías esperan al otro lado cada vez que intentas cambiar tu vida. No siempre sale bien; en otras ocasiones sale pero no como esperabas. Y a veces tienes suerte y, de alguna manera, se alinean los astros y te sientes feliz. Eso no significa que todos los ámbitos sean perfectos o que no existan días malos, pero sí te reafirma en que merece la pena siempre, siempre intentarlo, sin miedo, solo con emoción y expectación. No sé cuánto durará este momento, esta sensación, este asterismo vital en el que me siento inmerso, pero mientras dure pienso disfrutarlo al máximo.
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